jueves, 17 de junio de 2010

episodios nacionales en salsa verde

LOS PRIMEROS TURISTAS

Fue hacia el año 25,000 antes de Cristo que los habitantes de Ulan Bulak —un floreciente estado que se extendía a orillas del lago Baikal, entre Mongolia y Siberia— empezaron a interesarse en los viajes al extranjero, especialmente cuando las compañías de transportes decidieron ofrecer excursiones mediante un corto enganche y cómodos abonos mensuales.
En las losas que servían de periódicos, aparecían grandes e incitantes anuncios desplegados: “Viaje Ahora y Pague Dentro de Dos Milenios”, “Sacúdase el Complejo de no Conocer los Continentes Surgidos Durante el Plioceno”, “El Oriente le Espera con los Volcanes Abiertos”...
Para los ciudadanos de Ulan Bulak, el Oriente —como habrá adivinado el sagaz lector— era nada menos que América: un hemisferio virgen, libre de “smog”, de embotellamientos de tránsito, de manifestantes, de centrales obreras, de falsificadores de títulos agrarios, de radios de transistores, de telenovelas, de oficinas gubernamentales. En fin, una delicia de continente.
No es de extrañar, por lo tanto, que la familia de los Ul Mec, una de las más antiguas y respetables de Ulan Bulak, decidiera empeñar hasta el último pedernal para inscribirse en una de estas excursiones. Los atraía principalmente la llamada “Vacaciones en Patagonia”, que por un módico pago inicial y letras hasta el final de la época cuaternaria, ofrecía un fantástico recorrido a todo lo largo del nuevo continente, desde el helado estrecho de Behring (que en aquellos tiempos no era estrecho, sino lo suficientemente ancho para que pudieran pasar por él los grupos turísticos), hasta los imponentes picachos de la Tierra del Fuego, en el extremo meridional del hemisferio.
La gira, con todos los gastos pagados, incluyendo propinas, comprendía una temporada de esquí en Alaska y las Montañas Rocallosas; cacerías de bisontes en las planicies de Texas; una rápida visita a Disneylandia y luego el maravilloso recorrido a través de lo que, andando el tiempo, sería México lindo, con escalas en Pátzcuaro, Xochimilco y Acapulco. La segunda etapa incluía las risueñas tierras de Centroamérica, con sus trámites de aduana y migración cada quince minutos, para luego seguir a lomo de llama y de guanaco a todo lo largo de la cordillera de los Andes. Por una moderada suma adicional, los excursionistas tenían derecho a cruzar la selva amazónica para asistir al carnaval de dinosaurios en Río de Janeiro.
Durante varias semanas se estuvo anunciando “Vacaciones en Patagonia”, con el resultado de que, al comenzar el verano, quedó integrado un grupo de veinte familias de lo más granado de Ulan Bulak, entre las cuales los Ul Mec ocupaban sitio distinguido.
La familia Ul Mec estaba integrada por papá, mamá, una abuelita, doce hijos, una tía solterona y dos parientes arrimados. Todos ellos eran muy unidos entre sí, todos tenían marcados rasgos mongólicos, y todos se caracterizaban por ser muy impuntuales. Desde el día de la salida, llegaron a la agencia de viajes con dos horas de retraso.
Esta maldita costumbre de los Ul Mec de llegar tarde a todos los sitios, bien pronto constituyó la desesperación de los guías del grupo turístico. Como se comprenderá, en un recorrido tan largo el éxito de la excursión dependía de la habilidad para hacer y deshacer maletas en tres minutos, de la puntualidad necesaria para estar a la hora exacta en un sitio determinado y de la suficiente disciplina para obedecer las instrucciones del conductor. Y todo ello estaba manifiestamente reñido con el carácter y temperamento de la familia Ul Mec.
A las 7 de la mañana —decía el programa— desayuno a orillas del río Yukon. A las 7.20, visita al cráter del volcán que surgió anteanoche. A las 8.10, recorrido del pantano sulfuroso para ver cómo ponen sus huevos los braquiópteros. A las 9.05, combate de megaterios en la floresta de Minikiwani. A las 10.15, emprender la marcha hacia el sur. A las 12, almuerzo a base de chuletas de mamut a orillas de un río de lava. A las 12.45, abordar los diplodocos para llegar a la frontera de Oregón...
Los Ul Mec sencillamente estaban física y espiritualmente impedidos para cumplir tales rigideces. A las siete de la mañana papá Ul Mec aún dormía, pues la noche anterior se había ido de juerga con unos amigos, aunque tales frivolidades no estaban incluidas en el programa de la excursión. A las ocho, mamá UI Mec, auxiliada por la tía solterona, empezaba la eterna batalla de vestir y darle el desayuno a la prole, lo cual era más dilatado que una cola para comprar estampillas fiscales. A las nueve, había que calentarle el pocillo de atole a la abuelita. Después venía el complicado proceso de hacer las maletas, alguna de las cuales siempre andaba extraviada. A las once se despertaba papá UI Mec y ponía en movimiento a toda la familia, pues pedía chilaquiles para el desayuno y mandaba a uno de los parientes arrimados a que le trajera algún brebaje fermentado para curarse la cruda que le había producido el aguardiente de gingidio de la noche anterior. Total, que cuando la tribu de los Ul Mec trataba de reincorporarse al grupo excursionista, éste ya se encontraba a varias leguas de distancia.
Durante la peregrinación al sur, siempre hacia al sur, mamá Ul Mec continuó teniendo hijos, como era su costumbre, con el resultado de que al pasar por lo que ahora es California, la familia contaba ya con otros siete miembros adicionales. Más aún, una de las hijas solteras se escapó con tino de los guías, pero a los diez meses se reintegró al seno de la rezagada familia con un par de robustos mellizos, que le tocaron de premio. Y como si la explosión demográfica fuera poca, sin saber cómo, ni por qué medios, ni con la intervención de quién, la abuela también dio a luz al entrar en lo que ahora es el estado de Sonora.
Ya para entonces el núcleo excursionista había llegado a Panamá y se disponía a cruzar el canal mediante un puente de lianas que después se utilizaría en la América del Sur para salvar los tremendos abismos de los Andes. El jefe de la excursión optó por seguir adelante, sin esperar a los Ul Mec, ya que de otra manera llegarían a la Patagonia para la Segunda Guerra Mundial, y después de todo tenían el tiempo limitado. A todos sus mensajes, los Ul Mec contestaban con un optimista “orita los alcanzamos”.
Los turistas continuaron su viaje por el riñón del continente sudamericano, en tanto que los Ul Mec, pasito a paso, apenas iban por la actual Sinaloa llenándose de hijos y llegando tarde a todas partes. Cruzaron la Sierra Madre Occidental, descendieron por los fértiles campos del Bajío, pasaron las posadas en el valle de México y siguieron adelante. Poco a poco fueron enamorándose del país, de su clima ideal y de su espacio ilimitado. Atravesaron lo que ahora es el estado de Veracruz y llegaron a tierras de Tabasco, deteniéndose a orillas del río Tonalá en espera de que llegara la panga de Caminos y Puentes Federales de Ingresos. Pero como nunca llegó, pues alguien se había robado una importante pieza de la maquinaria, los viajeros decidieron quedarse.
Fundaron un pueblo que al correr de los años se llamaría La Venta. La abuelita murió en ese lugar, y a papá Ul Mec lo picó un mosquito tabasqueño que le puso la cabeza como un globo. A sus hijos les hizo tanta impresión, que decidieron reproducirla en piedra, para que las futuras generaciones se cuidaran de las picaduras de insectos tropicales. Tal fue el origen de las famosas cabezas olmecas que se han encontrado en aquellas zonas.
El Clan de los Ul Mec nunca regresó a Mongolia, ni logró alcanzar al grupo turístico que eventualmente llegó a la Patagonia. Se quedaron para siempre en las risueñas costas del Golfo de México, y con el correr de los siglos dieron origen a una portentosa cultura, la cultura olmeca, que está considerada como una de las primeras que florecieron en nuestro país. De paso nos legaron el hábito de la impuntualidad y la costumbre de tener hijos a montones.

miércoles, 16 de junio de 2010

Mitos prehispanicos

La leyenda del Sol y la Luna
Antes de que hubiera día en el mundo, se reunieron los dioses en Teotihuacan.
-¿Quién alumbrará al mundo?- preguntaron.
Un dios arrogante que se llamaba Tecuciztécatl, dijo:
-Yo me encargaré de alumbrar al mundo.
Después los dioses preguntaron:
-¿Y quién más? -Se miraron unos a otros, y ninguno se atrevía a ofrecerse para aquel oficio.
-Sé tú el otro que alumbre -le dijeron a Nanahuatzin, que era un dios feo, humilde y callado. y él obedeció de buena voluntad.
Luego los dos comenzaron a hacer penitencia para llegar puros al sacrificio. Después de cuatro días, los dioses se reunieron alrededor del fuego.
Iban a presenciar el sacrificio de Tecuciztécatl y Nanahuatzin. entonces dijeron:
-¡Ea pues, Tecuciztécatl! ¡Entra tú en el fuego! y Él hizo el intento de echarse, pero le dio miedo y no se atrevió.
Cuatro veces probó, pero no pudo arrojarse
Luego los dioses dijeron:
-¡Ea pues Nanahuatzin! ¡Ahora prueba tú! -Y este dios, cerrando los ojos, se arrojó al fuego.
Cuando Tecuciztécatl vio que Nanahuatzin se había echado al fuego, se avergonzó de su cobardía y también se aventó.
Después los dioses miraron hacia el Este y dijeron:
-Por ahí aparecerá Nanahuatzin Hecho Sol-. Y fue cierto.
Nadie lo podía mirar porque lastimaba los ojos.
Resplandecía y derramaba rayos por dondequiera. Después apareció Tecuciztécatl hecho Luna.
En el mismo orden en que entraron en el fuego, los dioses aparecieron por el cielo hechos Sol y Luna.
Desde entonces hay día y noche en el mundo.

La leyenda del maíz

Cuentan que antes de la llegada de Quetzalcóatl, los aztecas sólo comían raíces y animales que cazaban.
No tenían maíz, pues este cereal tan alimenticio para ellos, estaba escondido detrás de las montañas.
Los antiguos dioses intentaron separar las montañas con su colosal fuerza pero no lo lograron.
Los aztecas fueron a plantearle este problema a Quetzalcóatl.
-Yo se los traeré- les respondió el dios.
Quetzalcóatl, el poderoso dios, no se esforzó en vano en separar las montañas con su fuerza, sino que empleó su astucia.
Se transformó en una hormiga negra y acompañado de una hormiga roja, marchó a las montañas.
El camino estuvo lleno de dificultades, pero Quetzalcóatl las superó, pensando solamente en su pueblo y sus necesidades de alimentación. Hizo grandes esfuerzos y no se dio por vencido ante el cansancio y las dificultades.
Quetzalcóatl llegó hasta donde estaba el maíz, y como estaba trasformado en hormiga, tomó un grano maduro entre sus mandíbulas y emprendió el regreso. Al llegar entregó el prometido grano de maíz a los hambrientos indígenas.
Los aztecas plantaron la semilla. Obtuvieron así el maíz que desde entonces sembraron y cosecharon.
El preciado grano, aumentó sus riquezas, y se volvieron más fuertes, construyeron ciudades, palacios, templos...Y desde entonces vivieron felices.
Y a partir de ese momento, los aztecas veneraron al generoso Quetzalcóatl, el dios amigo de los hombres, el dios que les trajo el maíz.

El Mayab, la tierra del faisán y del venado
Leyenda Maya


Hace mucho, pero mucho tiempo, el señor Itzamná decidió crear una tierra que fuera tan hermosa que todo aquél que la conociera quisiera vivir allí, enamorado de su belleza. Entonces creó El Mayab, la tierra de los elegidos, y sembró en ella las más bellas flores que adornaran los caminos, creó enormes cenotes cuyas aguas cristalinas reflejaran la luz del sol y también profundas cavernas llenas de misterio. Después, Itzamná le entregó la nueva tierra a los mayas y escogió tres animales para que vivieran por siempre en El Mayab y quien pensara en ellos lo recordara de inmediato. Los elegidos por Itzamná fueron el faisán, el venado y la serpiente de cascabel. Los mayas vivieron felices y se encargaron de construir palacios y ciudades de piedra. Mientras, los animales que escogió Itzamná no se cansaban de recorrer El Mayab. El faisán volaba hasta los árboles más altos y su grito era tan poderoso que podían escucharle todos los habitantes de esa tierra. El venado corría ligero como el viento y la serpiente movía sus cascabeles para producir música a su paso.
Así era la vida en El Mayab, hasta que un día, los chilam, o sea los adivinos mayas, vieron en el futuro algo que les causó gran tristeza. Entonces, llamaron a todos los habitantes, para anunciar lo siguiente: —Tenemos que dar noticias que les causarán mucha pena. Pronto nos invadirán hombres venidos de muy lejos; traerán armas y pelearán contra nosotros para quitarnos nuestra tierra. Tal vez no podamos defender El Mayab y lo perderemos.
Al oír las palabras de los chilam, el faisán huyó de inmediato a la selva y se escondió entre las yerbas, pues prefirió dejar de volar para que los invasores no lo encontraran.
Cuando el venado supo que perdería su tierra, sintió una gran tristeza; entonces lloró tanto, que sus lágrimas formaron muchas aguadas. A partir de ese momento, al venado le quedaron los ojos muy húmedos, como si estuviera triste siempre.
Sin duda, quien más se enojó al saber de la conquista fue la serpiente de cascabel; ella decidió olvidar su música y luchar con los enemigos; así que creó un nuevo sonido que produce al mover la cola y que ahora usa antes de atacar.
Como dijeron los chilam, los extranjeros conquistaron El Mayab. Pero aún así, un famoso adivino maya anunció que los tres animales elegidos por Itzamná cumplirán una importante misión en su tierra. Los mayas aún recuerdan las palabras que una vez dijo:
—Mientras las ceibas estén en pie y las cavernas de El Mayab sigan abiertas, habrá esperanza. Llegará el día en que recobraremos nuestra tierra, entonces los mayas deberán reunirse y combatir. Sabrán que la fecha ha llegado cuando reciban tres señales. La primera será del faisán, quien volará sobre los árboles más altos y su sombra podrá verse en todo El Mayab. La segunda señal la traerá el venado, pues atravesará esta tierra de un solo salto. La tercera mensajera será la serpiente de cascabel, que producirá música de nuevo y ésta se oirá por todas partes. Con estas tres señales, los animales avisarán a los mayas que es tiempo de recuperar la tierra que les quitaron.
Ése fue el anuncio del adivino, pero el día aún no llega. Mientras tanto, los tres animales se preparan para estar listos. Así, el faisán alisa sus alas, el venado afila sus pezuñas y la serpiente frota sus cascabeles. Sólo esperan el momento de ser los mensajeros que reúnan a los mayas para recobrar El Mayab.

Cuando el tunkuluchú canta...
Leyenda Maya

En El Mayab vive un ave misteriosa, que siempre anda sola y vive entre las ruinas. Es el tecolote o tunkuluchú, quien hace temblar al maya con su canto, pues todos saben que anuncia la muerte.
Algunos dicen que lo hace por maldad, otros, porque el tunkuluchú disfruta al pasearse por los cementerios en las noches oscuras, de ahí su gusto por la muerte, y no falta quien piense que hace muchos años, una bruja maya, al morir, se convirtió en el tecolote.
También existe una leyenda, que habla de una época lejana, cuando el tunkuluchú era considerado el más sabio del reino de las aves. Por eso, los pájaros iban a buscarlo si necesitaban un consejo y todos admiraban su conducta seria y prudente.
Un día, el tunkuluchú recibió una carta, en la que se le invitaba a una fiesta que se llevaría a cabo en el palacio del reino de las aves. Aunque a él no le gustaban los festejos, en esta ocasión decidió asistir, pues no podía rechazar una invitación real. Así, llegó a la fiesta vestido con su mejor traje; los invitados se asombraron mucho al verlo, pues era la primera vez que el tunkuluchú iba a una reunión como aquella.
De inmediato, se le dio el lugar más importante de la mesa y le ofrecieron los platillos más deliciosos, acompañados por balché, el licor maya. Pero el tunkuluchú no estaba acostumbrado al balché y apenas bebió unas copas, se emborrachó. Lo mismo le ocurrió a los demás invitados, que convirtieron la fiesta en puros chiflidos y risas escandalosas.
Entre los más chistosos estaba el chom, quien adornó su cabeza pelona con flores y se reía cada vez que tropezaba con alguien. En cambio, la chachalaca, que siempre era muy ruidosa, se quedó callada. Cada ave quería ser la de mayor gracia, y sin querer, el tunkuluchú le ganó a las demás. Estaba tan borracho, que le dio por decir chistes mientras danzaba y daba vueltas en una de sus patas, sin importarle caerse a cada rato.
En eso estaban, cuando pasó por ahí un maya conocido por ser de veras latoso. Al oír el alboroto que hacían los pájaros, se metió a la fiesta dispuesto a molestar a los presentes. Y claro que tuvo oportunidad de hacerlo, sobre todo después de que él también se emborrachó con el balché.
El maya comenzó a reírse de cada ave, pero pronto llamó su atención el tunkuluchú. Sin pensarlo mucho, corrió tras él para jalar sus plumas, mientras el mareado pájaro corría y se resbalaba a cada momento. Después, el hombre arrancó una espina de una rama y buscó al tunkuluchú; cuando lo encontró, le picó las patas. Aunque el pájaro las levantaba una y otra vez, lo único que logró fue que las aves creyeran que le había dado por bailar y se rieran de él a más no poder.
Fue hasta que el maya se durmió por la borrachera que dejó de molestarlo. La fiesta había terminado y las aves regresaron a sus nidos todavía mareadas; algunas se carcajeaban al recordar el tremendo ridículo que hizo el tunkuluchú. El pobre pájaro sentía coraje y vergüenza al mismo tiempo, pues ya nadie lo respetaría luego de ese día.
Entonces, decidió vengarse de la crueldad del maya. Estuvo días enteros en la búsqueda del peor castigo; era tanto su rencor, que pensó que todos los hombres debían pagar por la ofensa que él había sufrido. Así, buscó en sí mismo alguna cualidad que le permitiera desquitarse y optó por usar su olfato. Luego, fue todas las noches al cementerio, hasta que aprendió a reconocer el olor de la muerte; eso era lo que necesitaba para su venganza.
Desde ese momento, el tunkuluchú se propuso anunciarle al maya cuando se acerca su hora final. Así, se para cerca de los lugares donde huele que pronto morirá alguien y canta muchas veces. Por eso dicen que cuando el tunkuluchú canta, el hombre muere. Y no pudo escoger mejor desquite, pues su canto hace temblar de miedo a quien lo escucha.

La boda de la xdzunuúm
Leyenda Maya


Una mañana llena de sol, la colibrí, o xdzunuúm que es su nombre en lengua maya, estaba parada sobre la rama de una ceiba y lloraba al contemplar su pequeño nido a medio hacer. Y es que a pesar de que llevaba días buscando materiales para construir su casa, sólo había encontrado unas cuantas ramas y hojas que no le alcanzaban. La xdzunuúm quería acabar su nido pronto, pues ahí viviría cuando se casara, pero era muy pobre y cada vez le parecía más difícil terminar su hogar y poder organizar su boda.
La xdzunuúm era tan pequeña que su llanto apenas se escuchaba; la única en oírlo fue la xkokolché, quien voló de rama en rama hasta encontrar a la triste pajarita. Al verla, le preguntó:
—¿Qué te pasa, amiga xdzunuúm?
—¡Ay! Mi pena es muy grande —sollozó más fuerte la xdzunuúm.
—Cuéntamela, tal vez yo pueda ayudarte —dijo la xkokolché.
—¡No! Nadie puede remediar mi dolor —chilló la xdzunuúm.
—Ándale, platícame qué tienes —insistió la xkokolché.
—Bueno —accedió la xdzunuúm—. Fíjate que me quiero casar, pero mi novio y yo somos tan pobres que no tenemos nido ni podemos hacer la fiesta.
—¡Uy! Eso sí que es un problema, porque yo soy pobre también —respondió la xkokolché.
—¿Lo ves? Te lo dije, nadie me puede ayudar —gritó la xdzunuúm.
—No llores, espérate, ahorita se me ocurre algo —aseguró la xkokolché.
Las dos aves pensaron un rato; desesperada, la xdzunuúm ya iba a llorar de nuevo, cuando la xkokolché tuvo una idea:
—Mira, tú y yo solas no vamos a poder con la boda. Tenemos que llamar a otros animales para que nos ayuden.
Apenas acabó de hablar, la xkokolché entonó una canción en maya, que decía así:
U tul chichan chiich, u kat socobel, ma tu patal xun, minaan y nuucul.
De esta forma, la xkokolché contaba que una pajarita se quería casar, pero no tenía recursos para hacerlo. Luego repitió la canción; como su voz era tan dulce, algunos animales y hasta el agua y los árboles se acercaron a escucharla. Cuando ella los vio muy atentos a sus palabras, les pidió ayuda con este canto:
Minaan u xbakal, minaan u nokil, minaan u xanbil, minaan u xacheil, minaan u neeneíl, minaan u chu-cí, minaan u necteíl.
Con esas palabras, la xkokolché les explicaba:
No tiene el collar, no tiene el vestido, no tiene los zapatos, no tiene el peine, no tiene el espejo, no tiene los dulces, no tiene las flores.
Mientras la xkokolché cantaba, la xdzunuúm derramaba gruesos lagrimones. Así, entre las dos lograron que todos los presentes quisieran ayudar. Por un momento, se quedaron callados, luego, se escucharon varias voces:
—Que se haga la boda, yo daré el collar —dijo el ave xomxaníl, dispuesta a prestar el adorno amarillo que tenía en el pecho.
—Que se haga la boda, yo daré el vestido —ofreció la araña y empezó a tejer una tela muy fina para vestir a la novia.
—Que se haga la boda, yo daré los zapatos —aseguró el venado.
—Que se haga la boda, yo daré el peine —prometió la iguana y se quitó algunas púas de las que cubren su lomo.
—Que se haga la boda, yo daré el espejo —afirmó el cenote, pues su agua era tan cristalina que en ella podría contemplarse la novia.
—Que se haga la boda, yo daré los dulces —se comprometió la abeja y se fue a traer la miel de su panal.
Con eso, ya estaba listo lo necesario para la boda. La xdzunuúm lloró de nuevo, pero ahora de alegría. Luego, voló a buscar al novio y le dijo que ya podían casarse. A los pocos días, se celebró una gran boda, y por supuesto, la xkokolché fue la madrina. En la fiesta hubo de todo, porque los invitados llevaron muchos regalos. Desde entonces, la xdzunuúm dejó de lamentar su pobreza, pues supo que contaba con grandes amigos en el mundo maya.

El pájaro dziú
Leyenda Maya


Cuentan por ahí, que una mañana, Chaac, el Señor de la Lluvia, sintió deseos de pasear y quiso recorrer los campos de El Mayab. Chaac salió muy contento, seguro de que encontraría los cultivos fuertes y crecidos, pero apenas llegó a verlos, su sorpresa fue muy grande, pues se encontró con que las plantas estaban débiles y la tierra seca y gastada. Al darse cuenta de que las cosechas serían muy pobres, Chaac se preocupó mucho. Luego de pensar un rato, encontró una solución: quemar todos los cultivos, así la tierra recuperaría su riqueza y las nuevas siembras serían buenas.
Después de tomar esa decisión, Chaac le pidió a uno de sus sirvientes que llamara a todos los pájaros de El Mayab. El primero en llegar fue el dziú, un pájaro con plumas de colores y ojos cafés. Apenas se acomodaba en una rama cuando llegó a toda prisa el toh, un pájaro negro cuyo mayor atractivo era su larga cola llena de hermosas plumas. El toh se puso al frente, donde todos pudieran verlo.
Poco a poco se reunieron las demás aves, entonces Chaac les dijo:
—Las mandé llamar porque necesito hacerles un encargo tan importante, que de él depende la existencia de la vida. Muy pronto quemaré los campos y quiero que ustedes salven las semillas de todas las plantas, ya que esa es la única manera de sembrarlas de nuevo para que haya mejores cosechas en el futuro. Confío en ustedes; váyanse pronto, porque el fuego está por comenzar.
En cuanto Chaac terminó de hablar el pájaro dziú pensó:
—Voy a buscar la semilla del maíz; yo creo que es una de las más importantes para que haya vida.
Y mientras, el pájaro toh se dijo:
—Tengo que salvar la semilla del maíz, todos me van a tener envidia si la encuentro yo primero.
Así, los dos pájaros iban a salir casi al mismo tiempo, pero el toh vio al dziú y quiso adelantarse; entonces se atravesó en su camino y lo empujó para irse él primero. Al dziú no le importó y se fue con calma, pero muy decidido a lograr su objetivo.
El toh voló tan rápido, que en poco tiempo ya les llevaba mucha ventaja a sus compañeros. Ya casi llegaba a los campos, pero se sintió muy cansado y se dijo:
—Voy a descansar un rato. Al fin que ya voy a llegar y los demás todavía han de venir lejos.
Entonces, el toh se acostó en una vereda. Según él sólo iba a descansar mas se durmió sin querer, así que ni cuenta se dio de que ya empezaba a anochecer y menos de que su cola había quedado atravesada en el camino. El toh ya estaba bien dormido, cuando muchas aves que no podían volar pasaron por allí y como el pájaro no se veía en la oscuridad, le pisaron la cola.
Al sentir los pisotones, el toh despertó, y cuál sería su sorpresa al ver que en su cola sólo quedaba una pluma. Ni idea tenía de lo que había pasado, pero pensó en ir por la semilla del maíz para que las aves vieran su valor y no se fijaran en su cola pelona.
Mientras tanto, los demás pájaros ya habían llegado a los cultivos. La mayoría tomó la semilla que le quedaba más cerca, porque el incendio era muy intenso. Ya casi las habían salvado todas, sólo faltaba la del maíz. El dziú volaba desesperado en busca de los maizales, pero había tanto humo que no lograba verlos. En eso, llegó el toh, mas cuando vio las enormes llamas, se olvidó del maíz y decidió tomar una semilla que no ofreciera tanto peligro. Entonces, voló hasta la planta del tomate verde, donde el fuego aún no era muy intenso y salvó las semillas.
En cambio, al dziú no le importó que el fuego le quemara las alas; por fin halló los maizales, y con gran valentía, fue hasta ellos y tomó en su pico unos granos de maíz.
El toh no pudo menos que admirar la valentía del dziú y se acercó a felicitarlo. Entonces, los dos pájaros se dieron cuenta que habían cambiado: los ojos del toh ya no eran negros, sino verdes como el tomate que salvó, y al dziú le quedaron las alas grises y los ojos rojos, pues se acercó demasiado al fuego.
Chaac y las aves supieron reconocer la hazaña del dziú, por lo que se reunieron para buscar la manera de premiarlo. Y fue precisamente el toh, avergonzado por su conducta, quien propuso que se le diera al dziú un derecho especial:
—Ya que el dziú hizo algo por nosotros, ahora debemos hacer algo por él. Yo propongo que a partir de hoy, pueda poner sus huevos en el nido de cualquier pájaro y que prometamos cuidarlos como si fueran nuestros.
Las aves aceptaron y desde entonces, el dziú no se preocupa de hacer su hogar ni de cuidar a sus crías. Sólo grita su nombre cuando elige un nido y los pájaros miran si acaso fue el suyo el escogido, dispuestos a cumplir su promesa.

Los mensajeros de Xibalba

De repente llegaron los mensajeros de Hun-came’ y Vacuh-came’.
Y les dijeron: Ahpop achih id a llamar a Hun-hunahpu y a Vacuh-hunahpu. Venid con nosotros, les diréis. Dicen los señores que vengáis. Que vengan aquí a jugar pelota con nosotros para que con ellos se alegren nuestros rostros, porque verdaderamente nos procuran admiración. Así pues, que vengan; dijeron los señores.
“y que traigan sus instrumentos de juego, los anillos, los guantes, y que traigan también las pelotas de caucho” dijeron los señores. Decidles: venid inmediatamente, dijeron los mensajeros.
Y tales mensajeros eran búhos: chabitucur, huracán-tucur, caquix-tucur. Así se llamaban los mensajeros de xibalba.
Chabi-tucur era veloz como una flecha; huracán-tucur tenia solamente una pata; caquix-tucur tenia el dorso encarnado y holom- tucur tenia solo la cabeza, no tenia patas pero tenia alas…
…los búhos mensajeros se dirigieron al juego de pelota y comunicaron su mensaje…
-¿es verdad que han hablado así los señores Hun-came’ y Vacuh-came’?
-ciertamente han hablado así y nosotros estamos aquí para acompañarlos. Que traigáis todos los instrumentos para el juego, han dicho los señores….

El sacrificio de Hun-hunahpu y de Vacuh-hunahpu

Inmediatamente se pusieron en camino Hun-hunahpu y Vacuh-hunahpu, y los mensajeros los guiaban a lo largo del camino. Así pasaron por el camino de xibalba, por escaleras muy empinadas. Fueron pasando hasta que llegaron a la orilla de un río que corría rápido entre los despeñaderos llamados un zivam cul y cuzivan, y por allí pasaron. Rápidamente pasaron por el río que corre entre jicaros espinosos. Los jicaros eran innumerables, pero pasaron sin herirse.
De repente llegaron a las orillas de un río de sangre y lo atravesaron sin beber sus aguas; después llegaron a otro río solamente de agua y no fueron vencidos, prosiguiendo hasta que llegaron al punto en que se reunían cuatro caminos y aquí fueron vencidos, en el cruce de los cuatro caminos.
De dichos cuatro caminos, uno era rojo, otro blanco, y otro amarillo. Y el camino negro les hablo de este modo:
-yo soy el debéis tomar, porque yo soy el camino del señor.
Así hablo el camino.
Y aquí fueron vencidos. Los llevaron por el camino de xibalba y cuando llegaron a la sala de consejo de los señores de xibalba ya habían perdido la partida. Ahora bien, los primeros que estaban sentados allí eran únicamente monigotes hechos de madera, aposentados a modo de los de xibalba. En primer lugar los saludaron:
-¿Cómo estas, Hun-came’?. Le dijeron al monigote
-¿Cómo estas, Vacuh-came’?. Dijeron al hombre de madera. Pero aquellos no les respondieron. En este momento los señores de xibalba rompieron en una carcajada y todos los otros señores se pusieron a reír estrepitosamente, porque advertían que ya les habían batido, que habían batido a Hun-hunahpu y Vacuh-hunahpu. Y continuaron riendo.
Después hablaron Hun-came’ y Vacuh-came’:
-muy bien. Dijeron- así que habéis venido. Mañana preparad la mascara, vuestros anillos y vuestros guantes. Dijeronles.
- venid a sentaros en nuestro banco. Dijeronles. Pero el banco que les ofrecían era de piedra ardiente y en el banco se quemaron. Se pusieron a menearse sobre el banco, pero no encontraron alivio y si no se hubieran levantado se habrían quemado.
Los de xibalba comenzaron a reír de nuevo, se morían de risa; se retorcían por el dolor que la risa les producía en sus vísceras, en la sangre y en los huesos, riendo todos los señores de xibalba.
-id ahora a aquella casa. Les dijeron
-allí os traerán vuestra tablilla de ocote y vuestro cigarro y allí dormiréis.
Prontamente llegaron a la casa oscura.
En el interior de la casa todo eran tinieblas.
Mientras tanto los señores de xibalba discurrían lo que debían de hacer.
-sacrifiquémoslos mañana, que mueran de repente, inmediatamente, para que sus instrumentos de juego nos sirvan para poder jugar nosotros. Se dijeron entre si los señores de xibalba.
-Ahora bien, su ocote era una punta redonda de pedernal, del llamado zaquitoc; esto es el pino de xibalba. Su ocote era puntiagudo y afilado y pulido como un hueso; durísimo era el pino de aquellos de xibalba.
Hun-hunahpu y Vacuh-hunahpu entraron en la casa oscura. Aquí vinieron a darles su ocote, un ocote encendido que les enviaban Hun-came’ y Vacuh-came’, junto con un cigarro para cada uno, igualmente encendido, que mandaban los señores. Estos es lo que les dieron a Hun-hunahpu y Vacuh-hunahpu.
Estos estaban acurrucados en la oscuridad cuando llegaron los que traían el ocote y los cigarrillos. A su entrada, el ocote brillaba resplandeciente.
-que cada uno encienda el ocote y el cigarro; que vengan a devolverlos al amanecer, pero que no los consuman, a fin de devolverlos intactos. Esto es lo que os mandan a decir los señores.
Así les dijeron. Y así fueron vencidos. Su ocote se consumió y del mismo modo se consumieron los cigarrillos que les habían dado.

Los castigos de xibalba

Los castigos de xibalba eran numerosos; eran castigos de muy diversos tipos.
El primero era la casa oscura, quequemacha, en cuyo interior solo había tinieblas.
El segundo la casa donde temblaban, xu-xulin-ha, dentro de la cual hacia mucho frío. Un viento frío e insoportable soplaba en su interior.
El tercero era la casa de los tigres, balamiha, así se llamaba, en la cual había tigres, los cuales iban dando vueltas, retozaban, rugían y jugaban. Los tigres estaban encerrados en la casa.
Zotzi-ha, la casa de los murciélagos, los cuales chillaban, gritaban e iban dando vueltas por toda la casa.
El quinto se llamaba la casa de los cuchillos, chayim-ba , dentro de la cual solo había cuchillos filosos y cortantes, silenciosos o estridentes chocando unos contra otros dentro de la casa.
Muchos eran los lugares de tormento de xibalba; pero no entraron en ellos Hun-hunahpu y Vacuh-hunahpu.
Cuando Hun-hunahpu y Vacuh-hunahpu se presentaron ante Hun-came’ y Vacuh-came’, estos les dijeron:
-¿Dónde están mis cigarros? ¿Donde mi tablilla de ocote que os dieron anoche?...
-se han consumido señor….
-muy bien, hoy será el final de vuestros días. Ahora moriréis. Seréis destruidos, os haremos a pedazos y aquí permanecerá escondido vuestro recuerdo. Seréis sacrificados.
Dijieronles Hun-came’ y Vacuh-came’.
Inmediatamente los sacrificaron y los sepultaron en pucbal-chah.
Antes de enterrarlos, le cortaron la cabeza a Hun-hunahpu y sepultaron al hermano mayor junto con el menor.
-tomad la cabeza e id a ponerla en aquel árbol que se asoma en el camino.
Dijeron Hun-came’ y Vacuh-came’. Y habiendo ido a poner la cabeza sobre el árbol, de repente se cubrió de frutos aquel árbol que no había dado fruto antes de colocar entre sus ramas la cabeza de Hun-hunahpu. Y aquel jícaro lo llaman hoy la cabeza de Hun-hunahpu, así es como se llama.
Con admiración contemplaron Hun-came’ y Vacuh-came’ el fruto del árbol. El fruto redondo se hallaba en todas partes, pero no se distinguía la cabeza de Hun-hunahpu, era un fruto al igual que todos los otros frutos del jícaro. Así aparecía ante todos aquellos de xibalba cuando iban a verla.
A juicio de estos, el origen de aquel árbol era maravilloso, por lo que había sucedido en un instante cuando colocaron la cabeza de Hun-hunahpu entre sus ramas. Y los señores de xibalba ordenaron:
-¡Que nadie venga a recoger esos frutos! ¡Que nadie venga a ponerse debajo de este árbol!.
Dijeron y así se dispusieron a impedirlo a todos en xibalba.
La cabeza de Hun-hunahpu no volvió a reaparecer, porque se había transformado en la misma sustancia del fruto del árbol que se llama jícaro.